Verdi dijo: “siempre busqué la perfección pero nunca la pude hallar”. Por eso fue siempre joven, porque mantuvo el compromiso con su misión mientras otros detienen su crecimiento sin causa justificada. El camino a la perfección no repite patrones. Verdi se miraba a sí mismo para alumbrarse con luz propia.
El hombre es un animal de costumbres, se resiste a que, cuando comienza a disfrutar de lo nuevo, deba crear un entorno para las nuevas ideas y destruir las que ya no le sirven.
La perfección bien entendida. Innovar es imprescindible, por eso la perfección bien entendida es un buen objetivo. El feedback con la realidad es lo que impide que el error se convierta en hábito. Hay que administrar el tiempo, hacer del defecto una virtud, invertir en destrezas y tareas de alto rendimiento y controlar el resultado: ¿dónde estaba, donde estoy, dónde quiero estar y cómo haré para conseguirlo?
Conectando los deseos y los recursos con los valores se pasa de la eficiencia a la eficacia. Eficiencia es hacer las cosas bien, eficacia es hacer lo correcto, lo que añade valor.
El hombre creó un orden donde la intención y el deseo trascienden a la biología del impulso para encontrar su autorrealización. La reflexión, la libertad y el plan aplican a la naturaleza creatividad y acción. La creacción reúne en primera persona a los verbos crear y creer: YO CREO. El creador es el mejor imitador que tiene Dios en la tierra.
La falla educativa es suponer que en piloto automático se desarrollan las virtudes. Así “vivimos en sociedades donde la gente no es feliz con lo que hace”.La sociedad de consumo lleva a preferir “el radar” que imita la moda y a los ricos o famosos y no a encontrar la “brújula interior” que señala el camino. Esa brújula es la que nos dice: “Conócete a ti mismo”.
El perfeccionista. Lo mejor es enemigo de lo bueno cuando la perfección se convierte en un fin. La felicidad no es la estación a la que se arriba (el objetivo), sino la manera de viajar (cómo se consigue).
En una historia de Ray Bradbury un hombre intenta el crimen perfecto eliminando las huellas sin considerar el tiempo que tarda. Cuando llega a la escena del crimen es detenido por la policía.
Perfección no es perfeccionismo, es hacer el mejor uso posible de los recursos. El perfeccionista valora la perfección, la que por definición es inalcanzable y sí llega a un callejón sin salida. Como juega a lo imposible, se paraliza y se vuelve improductivo. Su autoexigencia lo hace esperar la situación ideal con condiciones perfectas, resultados garantizados y recursos óptimos.
El perfeccionista vive presionado desde su niñez, luego toda falla debilita su autoestima. Premiado por sus éxitos y no como ser amado cree que vale por lo que produce, se somete a buscar lo mejor y nunca nada lo convence. Le importa el fin y obtenerlo sin dilaciones ni excusas. Las circunstancias no interesan.
Así se cierra al aprendizaje, no atiende al proceso –el camino- y deja de aprender de la experiencia que junto con el conocimiento abren el camino a la sabiduría. El error y el tiempo son los mejores maestros.
El perfeccionista se siente inseguro, frágil y vulnerable. Teme a todo, el riesgo lo perturba. Pero la incertidumbre es parte de la vida donde las variables fuera de control alteran los planes. No comprende que las piedras en el camino son una ventaja, no acepta que, como decía Aristóteles, “la realidad es la única verdad”, no aprende que el condicionamiento es parte de la vida y rebaja su creatividad.
El perfeccionista adaptativo. Para él la perfección nunca se alcanza y si no logra el ideal, al menos reconoce y celebra lo obtenido. El perfeccionista siente que si no gana pierde, sólo vale el Yo gano-Tu pierdes y nunca el Todos ganamos. Si no gana, olvida la experiencia e instala en su psiquis la ansiedad.
Cuando gana, el resultado es inferior a su meta y reinicia el ciclo de la eterna desdicha. El perfeccionista adaptativo, en cambio, es un buen perdedor, sabe que hay un solo ganador y muchos derrotados.
Acepta como bueno lo que pasa, no tolera ni se resigna. Se acepta como es, reconoce sus límites, sabe que no es dios y que las oportunidades aparecen cada día con las novedades o los escenarios distintos.
La verdad le enseña a percibir que nació incompleto y que debe llenar su página en blanco con el aprendizaje continuo y el crecimiento sin pausa y que puede ser feliz aun en un mundo imperfecto.
Aprende a manejar a los ladrones de tiempo sabiendo que muchos son internos disfrazados. Usa la proactividad para detectar hacia dónde va el mundo y la reactividad para responder con rapidez.
No pierde el tiempo defendiendo sus antiguas creencias, es innovador y se despoja de su ego para aceptar la mejor idea sin que le importe de dónde partió. Como sabe que puede equivocarse, controla sus planes, actúa con celeridad pero sin precipitación. No mira la pelota, intuye dónde estará.
Churchill dijo que “cuánto más atrás se mira más adelante se ve, porque la historia se repite”. Para alcanzar el objetivo el perfeccionista adaptativo intenta descubrir en qué etapa se encuentra. Nunca da nada por hecho. Sabe que la vaca se hizo sagrada en la India no por religión sino porque daba leche.
El pez es el último en darse cuenta que el agua existe porque es su medio natural. El que se acostumbra a su hábito, no advierte el cambio y pierde su tiempo de recuperación.
La disciplina como sistema. Disciplina es la capacidad de acción ordenada, correcta y perseverante para alcanzar un objetivo. En un sistema las partes interactúan, las altas o las bajas lo modifican y la disposición de las piezas – como en el ajedrez - es muy relevante. Los sucesos no ocurren al azar, el individuo que no se conoce a sí mismo es atrapado por círculos viciosos o virtuosos con sus efectos de bola de nieve. Si un sistema funciona mal – sin una brújula- aplicar más fuerza conduce sólo al desastre. El pensamiento sistémico descubre patrones ocultos, comprende situaciones, detecta fallas. Una gran lección sobre sistemas proviene de un cuento sobre un árbol de duraznos:
“Era un duraznero que producía muchos duraznos hermosos, dulces y jugosos. Los duraznos no aparecían de repente, crecían a través del proceso de podar, regar y recoger los frutos. Pero de pronto todo cambió. Las hojas que siempre habían sido verdes y frondosas comenzaron a volverse amarillas y marchitas. Un especialista dijo que parecía el insecto perforador del durazno. Examinó el suelo. Unas cuantas pulgadas abajo, donde el tronco terminaba y comenzaba la raíz, estaban los insectos. Fue demasiado tarde. Herido desde su raíz, el árbol murió. Y con él, sus frutos. Sólo quedó madera muerta”.
El pensamiento episódico es la foto, el sistémico, un dibujo animado. La ventaja de los sistemas es que pueden usarse sin conocer sus detalles. El error es desarmarlos, como ocurre con el occidental que, al arrancar la flor para estudiarla, la termina destruyendo. El oriental, en cambio, la contempla respetuoso.
La disciplina estratégica. Desde Descartes, se sabe que el exceso de análisis genera parálisis y que la síntesis reúne las partes en un sistema vivo. El “Yo pienso” parte de un dato, que según Galileo, acota la realidad para poder calcular. Pero si dudo de lo que pienso y me baso en lo que siento, entonces “Existo y luego pienso” (aplico inteligencia emocional). La disciplina sistémica realiza aporta la estrategia: ¿dónde estaba hace un año y dónde estoy? Activa la experiencia: ¿dónde quiero estar?, ¿qué me impide obtener el resultado? Indaga sin culpar: ¿cuáles son mis prejuicios? Concibe al sujeto como parte del proceso.
No se pueden obtener frutos sin cuidar las raíces, no se obtienen resultados sin cuidar las fuentes, se necesita disciplina para crear valor. Pero antes hay que tener valores.
Sentirse bien. El perfeccionista supone un mundo ideal y desea alcanzarlo, no considera las restricciones, cree que haciendo ciertas cosas obtendrán los resultados. La excelencia mal entendida es peligrosa, no se puede ser ambicioso sin contar con los recursos. Los chicos sobre exigidos no disfrutan de su infancia y no todos reaccionan igual. El perfeccionista tiene problemas en las relaciones sociales.
La sociedad de consumo postula que con dinero se logra cualquier cosa, tener el cuerpo perfecto, etc. La obsesión por la meta hace que el perfeccionista presione y se aísle. El mismo se sanciona y esconde en síntomas neuróticos su inseguridad. Hay que hacerle ver todo lo que se pierde, que mantenga sus objetivos pero que no sea hipercrítico, que fije prioridades, que avance paso a paso y disminuya la frustración. Juan Gelman dijo que “la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses”.
Sentirse bien es la medida de la felicidad. El entusiasmo no se compra, se encuentra en uno mismo. La alegría es el pasaje a una mayor perfección. La realidad puede ser el modelo para convertir nuestro potencial en acto. Sentirse bien no es una acción volitiva, es sentirnos contentos con la vida que elegimos.
El placer y la diversión se agotan, no requieren esfuerzo, ni paciencia. Convertidos en móvil se convierten en objetivos neuróticos que, usados para llenar vacíos, provocan angustia. La alegría sobreviene a lo vivido, nace en la vida interior, de los actos que dan sentido a la vida.
Cuando la rutina nos hace olvidar el propósito original, actuamos sin saber por qué. Para salir del encierro, cuando la atención se atasca, la estrategia es volver a la pasión, alineando el foco de atención con la asignación de importancia. Para eso hay que repetir “Yo quiero”, cuando la verdad aparece.
Bernard Shaw decía que “el hombre razonable se adapta al mundo y que el hombre irrazonable adapta el mundo a él. Todo el progreso deviene del hombre irrazonable”. Borges admitió que el peor error que había cometido en su vida fue no haber sido feliz. La perfección nunca se alcanza.
*CEO de Ilvem, Contador Público y Licenciado en Administración de empresas (UBA). Contacto horaciokrell@ilvem.com