“Tecno” referencia a tecnología y “filia” a simpatía o afición. La tecnofilia es la pasión exagerada por la tecnología. Hay distintos grados de tecnofilia que, en el extremo, pueden convertirse en adicción. Los tecnofílicos más obsesivos suelen comprar las últimas versiones de los nuevos productos a precios exorbitantes. Actualmente la tecnofilia crece también por la gran dependencia que genera la tecnología.
Tecnofobia es el rechazo a lo tecnológico como miedo irracional al que se justifica por la dependencia que genera desde el punto de vista físico o emocional. La brecha digital o analfabetismo tecnológico crece. “Mientras la tecnología sube por el ascensor el hombre asciende por escalera”.
En 1624 Francis Bacon en su libro “La nueva Atlántida” supuso que la tecnología mejoraría al mundo. Mary Shelley publicó en 1818 “Frankestein” mostrando lo que pasa cuando la tecnología se descontrola.
El Apolo 13 fue una misión espacial para transportar a la luna a dos seres humanos. Una explosión de los tanques de oxígeno obligó a la tripulación a abortar la misión y orbitar alrededor de la luna. El ingenio de los tripulantes improvisó un paracaídas para su módulo lunar y así lograron regresar sanos a la tierra.
La fe en la tecnología hizo creer a empresas y gobiernos que se podía bombear petróleo en el fondo del océano sin fallas. El derrame de petróleo en el golfo es un buen argumento para los tecnofóbicos que creen que las máquinas terminarán dominando al hombre o que desaparecerá en una guerra desastrosa.
Pero los tecnofílicos siguen a Bacon y se preparan para lo que llaman “la singularidad”. Es el punto en el que las máquinas se volverán conscientes y el hombre pactará estratégicamente con ellas. Entonces los problemas de salud serán cosa del pasado y los grandes problemas de la humanidad desaparecerán.
Los tecnofóbicos creen que la singularidad dividirá a los humanos en seres con inteligencia superior que vivirán cientos de años y los que quedarán trabados por sus formas corporales y creencias antiguas. No sería una sociedad fantástica para todos sino un bote salvavidas para los ricos que saltarán del barco.
La tecnología cambió la forma en el cual el hombre trabaja. Hoy prevalece el Multitasking, el arte de hacer varias tareas a la vez. La sensación que genera es la de hacer 100 cosas al mismo tiempo y a la vez, ninguna. Los medios de comunicación impusieron la cultura de la interrupción. La consecuencia es un pensamiento episódico, fragmentario, que opera sin secuencias y a saltos provocados por los estímulos. Así se redujo el conocimiento basado en la experiencia y aumentó el que se caza y recolecta en la web.
Culturas policrónicas y monocrónicas. Las culturas influyen en una mejor o peor adaptación a lo tecnológico y al manejo del tiempo. Hay culturas policrónicas (cultura latina orientada a los eventos) y culturas monocrónicas (culturas americana o Alemana, orientadas al reloj). Las culturas policrónicas funcionan bien haciendo multitasking, las monocrónicas hacen las tareas una por vez, siguen al reloj y respetan el plan; ya que consideran al tiempo como un recurso que se pierde, se gana, se optimiza, etc.. En lculturas monocrónicas el tiempo es lineal, consecutivo y segmentado, a una cosa sigue la otra y empieza cuando termina la anterior, está predeterminado y se fija el que se puede dedicar a una cosa de manera única y no en simultáneo. Se respetan las prioridades y no se permiten las interrupciones. Cuando una acción tiene lugar no puede haber otra. El tiempo es rápido, dividido en bloques y con fecha de caducidad. Las relaciones duran lo que duran y eso se sabe desde el principio.
El tiempo policrónico se percibe de manera simultánea, entremezclado, en vasos comunicantes, un elemento se desarrolla en concomitancia con otro. El tiempo es improvisado y no se puede prever ni organizar en detalle. Está abierto a interferencias y a interrupciones que pueden reestructurarlo. Se percibe en un continuo en el que suceden diferentes cosas a la vez. Es lento y no tiene fecha de vencimiento. Las relaciones por principios son eternas aunque luego no lo sean y su final se desconozca.
La tecnología y el cerebro. Más allá de los componentes culturales en la administración del tiempo hoy es notable la dificultad que tienen jóvenes y adultos en concentrarse a fondo en una sola tarea, en escuchar una larga sinfonía, en sostener un pensamiento o una experiencia, en leer sin ser invadido por ideas parásitas y en generar relaciones estables. Crece una atención saltarina, vagabunda, fragmentaria, multidireccional y multitarea que descrema la superficie de cosas y personas sin penetrar en su fondo.
La sensación concomitante es que se pierde algo importante, que intoxicarse con sucesos impide culminar con la tarea. Los medios generan una ansiedad que ellos mismos incentivan. Así se percibe un
universo atractivo que magnetiza una atención flotante que se sorprende por su falta de linealidad, por su multiplicidad de opciones y por su capacidad de acercar realidades lejanas en un formato multimedial.
La ilusión de que no existen el espacio y el tiempo ofrece una percepción de presente continuo, en la que el tiempo pasa sin dejar secuelas y una espacialidad continua evita el vacío de la soledad. Para McLuhan los medios de comunicación son extensiones del cerebro. Hoy las redes extienden el sistema nervioso. Para los tecnofóbicos es posible que el hombre de a poco sea una prótesis de lo mismo que inventó.
Sintonizar el sistema nervioso y el sistema digital. Hoy se educa para un mundo inexistente. El átomo es pasado, el símbolo de la época son los chips y la red. La red no tiene centro, ni certezas. Combina la simpleza del átomo con el desorden del caos. El chip de silicona y la fibra de vidrio de silicato se unen a velocidades fantásticas para revestir al mundo con un tejido de redes. Las redes tienen sólo nodos y conexiones. Los nodos se hacen más pequeños mientras que las conexiones crecen.
Así como células poco inteligentes crearon el sistema inmunológico, una PC conectada con otras tejieron la telaraña mundial “World Wide Web”. En un mundo de especialistas unidos en red, la sabiduría retornará promoviendo un diálogo global que descomponga el todo en partes pequeñas que contribuyan a entenderlo y mejorarlo. Este entramado se paralizaría sin ideas que motiven a trabajar en equipo.
El poder del futuro consistirá en aprovechar la comunicación. En una red el talento se multiplica por el de todos los demás. De lo que se trata entonces es de sincronizar el cerebro humano con las redes digitales, el sistema de redes que ha creado un poderoso y enigmático cerebro social.
*CEO de Ilvem, Contador Público y Licenciado en Administración de empresas (UBA). Contacto horaciokrell@ilvem.com