En una investigación hay que estudiar los hechos conocidos buscando los detalles, antes que buscar los hechos nuevos. Arthur Conan Doyle es el autor de esta frase y creador del célebre detective Sherlock Holmes. En la historia de Estrella de Plata -el caballo favorito en la carrera de la Copa de Wessex- que desapareció la misma noche en que su entrenador moría supuestamente asesinado, demuestra la importancia de saber preguntar. Estrella de Plata era atendido por tres peones. El que lo cuidó esa noche, recibió durante el día a un sujeto (al que la policía consideró el sospechoso del asesinato). El peón amaneció drogado, aunque sólo consumió lo que siempre le traía el entrenador. Los peones, que dormían arriba, no se despertaron porque el perro guardián no ladró. La esposa del entrenador informó alarmado por la presencia de un hombre que merodeaba el establo. Guiado por la hipótesis que el caballo estaba vivo, Holmes lo buscó, siguiendo sus huellas y detectó que retornaban hasta el campo de otro entrenador. Además, observó que en las semanas previas aparecieron ovejas cojeando y dedujo que el entrenador muerto fue el que robó el caballo. Deténgase y piense: ¿Cómo llegó a esa conclusión? En un razonamiento todo está predeterminado y no se obtiene conocimiento nuevo. Así, la policía quedó atrapada en la hipótesis original pero no indagó más allá. Formuladas las premisas la lógica no agrega nada; es como una definición que se afirma a sí misma. Pero Holmes arriesga, selecciona hipótesis, considera uno por uno sus componentes, los comprueba, imagina situaciones y genera conocimientos variando los supuestos: decía que “una hipótesis no debe ser un prejuicio que trabe la investigación”. Rompe con la lógica para que su mente pueda conectar libremente hechos, conceptos e ideas. Se acerca al problema como en el juego: frío, estoy lejos; caliente, estoy cerca. Hace preguntas que acotan el campo de la búsqueda, confronta la lógica policial. Afirmaba que “ante una gota de agua se puede deducir la existencia del Niágara sin haberlo visto nunca”. Preguntaba a la naturaleza como si existiese un conocedor tácito, un ser invisible, sujeto supuesto del saber y conocedor de la verdad. Pero no hacía mera deducción sino que la unía con información, hasta entonces no tenida en cuenta, activando el conocimiento dormido con preguntas creativas, cuya respuesta sería la premisa de un nuevo razonamiento. Mientras dibuja la hipótesis, observa e imagina. La memoria y la inteligencia juegan a preguntar y responder. Un dato se convierte en información inteligente cuando es convocado por una pregunta feliz. La información no sirve para nada cuando no se aplica. La rememoración y la indagación inteligente se reúnen para optimizar su propio encuentro, un capital sirve solamente cuando se lo sabe utilizar. ¿Cuáles fueron sus preguntas sagaces?: ¿porqué no ladró el perro guardián?, ¿a quién no ladra el perro guardián?, ¿por qué cojeaban las ovejas?, ¿quién drogó al cuidador? Así derivó la hipótesis que el perro no ladró porque el ladrón era su amo (el criador), que las ovejas cojeaban porque las operó para practicar antes de operar al caballo, para que sufriera la cojera que le haría perder la carrera. Sabía que hay criadores infieles que apuestan en contra de su propio caballo, para obtener ganancias apostando por otro. Ortega y Gasset opinaba que frente a la razón pura físico-matemática, hay una razón narrativa. Para comprender algo humano, individual o colectivo, es preciso contar una historia. Tenemos dos orejas y una lengua para escuchar el doble de lo que decimos. Aprendamos a usar el tiempo de la escucha para la interrogación creativa. No hay preguntas finales porque no existen respuestas definitivas. El autor, Dr. Horacio Krell, dirige a ILVEM. Consultas a horaciokrell@ilvem.com.ar |