Miguel Ángel decía que liberaba de la piedra la imagen de la estatua que tenía en su mente eliminando de ella todo aquello que sobraba. Improvisación y técnica son las claves de cualquier obra. El proceso creativo difiere según el autor. Así Mozart escribía a fuego lento, Beethoven tumultuoso lo hacía velozmente y luego refinaba su trabajo. Una obra es como un viaje que se recuerda por el sabor de la improvisación que tuvo cada día. Con la revolución industrial se construyó la sala para conciertos que fue la cuna de la especialización. Ejecución y creación se separaron: muchos ejecutantes y pocos creadores. Desde entonces, “compositor bueno fue casi sinónimo de compositor muerto”. La improvisación es el libre juego de la conciencia cuando se encuentra con la materia prima que provee el inconsciente y con los materiales que ofrece la cultura. La improvisación está al comienzo de toda creación y es aplicable a todo lo que se hace, ya que toda acción puede realizarse como un trabajo penoso, como un oficio o como un arte. Una vez preguntaron a tres albañiles: ¿Que hacen?: el primero respondió: “apilo ladrillos”, el segundo “levanto una pared”, el tercero “construyo una catedral”. Hacían lo mismo, pero la diferencia estaba el sentido: el primero era un resentido, el segundo un resignado, el tercero un creador. “La condición no está en lo que se hace sino en para qué se hace”. Aprender a improvisar conduce una contradicción como refleja la paradoja : “ ¡ se espontáneo!”, porque si se obedece la orden entonces se deja de serlo. “El camino hacia la creación está sembrado de obstáculos”. “Hace mucho tiempo, un rey que colocó una enorme roca que obstruía el camino, se escondió para observar si alguien la quitaba. Los comerciantes adinerados y los cortesanos la eludían con un rodeo. Culpaban al rey por no mantener los caminos despejados, pero no intentaban retirarla. Un campesino que llevaba una carga de verduras al aproximarse a la roca, trató de correrla a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró. Mientras recogía su carga de vegetales, notó una cartera en el suelo, donde antes había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro sería para la persona que removiera la piedra. El campesino aprendió lo que otros no entendieron. Cada obstáculo es una oportunidad si se cumple esta condición: “ A la dificultad hay que enfrentarla y no eludirla”. En la vida aparecen siempre obstáculos que hay que remover. Es un camino personal, un viaje al interior del alma y por lo tanto para no confundirse es necesario captar e iluminar las señales y notar los cambios sutiles en el pensamiento. Son momentos especiales donde en lugar de abrir la puerta normalmente se la patea para entrar, son momentos sobre los cuales nunca se sabe cuál será el último porque es un viaje vivencial a lo desconocido que aporta el valor agregado de conocerse a uno mismo en el trayecto. Es mejor avanzar por experiencias directas que apelar al aprendizaje de segunda mano que ofrece la religión organizada, la que apela a que se acepten sus preceptos. El espíritu no se expresa con palabras, es de naturaleza preverbal. Para acceder a él se necesita practicar un juego divino cuya tensión deriva de que si dejamos el juego el trabajo se hace aburrido y si dejamos lo divino se pierde la fuerza creativa. A la tierra prometida se llega navegando hacia el mundo interior por el líquido amniótico de la improvisación, para descubrir así al compositor que tenemos dentro. La originalidad no consiste solamente en buscar lo nuevo sino en hallar la vieja horma del zapato. Si nos quitamos la máscara, como hizo Miguel Ángel con el sobrante de la roca, aparecerá el verdadero original de lo que somos, el original de nosotros mismos. El autor, Dr. Horacio Krell, dirige a ILVEM. Consultas a horaciokrell@ilvem.com.ar. |