FILOSOFÍA PARA LA ACCIÓN
Tener una filosofía de la acción es la mejor forma de lograr efectividad
Para filosofar no hace falta ser filósofo, sino pensar desde el sentimiento, actuar desde el pensamiento y hacer lo que se dice. Es decir que se nutre desde adentro, con una filosofía de la acción. El que no actúa como piensa termina pensando como vive y justificándose. Vivimos en un mundo donde en lugar de hacer lo que nos gusta nos ajustamos a patrones. Al hacer lo que nos dicen no somos ciudadanos sino consumidores. Si la sociedad genera individuos que no hacen lo que les gusta rebaja tanto su productividad social como el rendimiento personal. Dicha sociedad tiene una errada filosofía de la acción.
Es un error creer que el que piensa no vive y el que vive no piensa, como si filosofar fuera una abstracción que sólo imita la vida o se tratara de un conocimiento improductivo. El hombre por naturaleza desea conocer y persigue el conocimiento porque es su capital para pensar. La filosofía de la acción busca la teoría para ver detrás de la apariencia un mundo invisible a los ojos, no hay nada más práctico que una buena teoría.
Las aporías. El hombre filósofo busca la verdad, para vivir en la autenticidad y no en el autoengaño. Busca la teoría para llegar al mundo invisible escondido detrás de la apariencia. Para eso no hay nada más práctico que poseer una buena filosofía de la acción, una metodología intelectual.
Los poros de la piel son vías de salida. En la aporía, el intelectual vive con los poros tapados, sin comunicación exterior. Heráclito dijo: Los que andan despiertos viven en un mundo común, al dormir cada uno cae en su propio mundo. El origen de la palabra idiota refiere al que se educa a sí mismo guiado por la experiencia. Elabora categorías, vive como piensa apartado del pensamiento común. Su mundo cerrado se alimenta meditando con el lenguaje. El idioma presenta diferencias regionales, manifiesta la idiosincrasia, adquiere un poder que centraliza y a la vez aparta; separa lo propio de lo extraño en el muro que dividió a la humanidad: la torre de Babel.
Preinterpretar la realidad. Al percibir en piloto automático lo real e intentar dominarlo sin pasar por la derrota del error se pierde una ventaja, ya que el feedback con el fracaso es lo que impide al error convertirse en hábito. Aprender analizando causas y efectos, admitir los errores es comenzar a tutearse con el éxito, porque casi siempre cometemos errores. La verdad es una construcción. Hay que llegar a la raíz para entender la cadena causal y abordar el problema existencial de si pienso luego existo o si existo luego pienso.
¿Quién me trajo? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Para qué? Lo queremos saber. Filosofía de la acción es interrogación, no respuesta, es darse cuenta que hay mucho por conocer. El árbol del saber no es el árbol de la vida. Los que conocen más, tienen que lamentar que cuanto más saben menos seguros están. El hombre desea que conocer y vivir se le ofrezcan simultáneamente. El mundo trágico de Nietzsche en Origen de la tragedia es ser el objeto de un discurso no generado, sino que se impone desde afuera. No sabemos cómo, pero nos vemos de pronto en la plaza el 25 de Mayo, peleando por cosas que nunca soñamos. Una fuerza impersonal nos obliga tanto a concurrir como a destruir. En la multitud la gente se ciega, como el pez que no se da cuenta que el agua existe porque es su medio natural.
La soledad acompaña al hombre aunque participe en multitudes. Uno está solo. Como dice Diego Torres:
“vale más poder brillar que sólo buscar ver el sol: saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera, pintarse la cara color esperanza, tentar al futuro con el corazón”.
En el verso se revela la verdad del duro aprendizaje que es estar solo y enfrentar al mismo tiempo la vida. Es lo que llamamos educación.
La filosofía de la acción. Para destrabar el potencial humano se precisan conductores: Claridad en el querer. Compromiso con el trabajo y el conocimiento. Adaptación al talento y al objetivo. Operar con sistemas y recursos aptos. Sinergia: el coro armónico con los demás hombres.
Las cuatro etapas del gerenciamiento eficaz son: medir, analizar, implementar y controlar. La ciencia no es más que sentido común aplicado. Pero lo más importante está antes y después de la acción, al seleccionar lo que vamos a encarar y en su aplicación. Somos libres para elegir nuestras acciones, lo que no podemos es evitar sus consecuencias. Hace falta una filosofía de la acción.
* El Dr Horacio Krell, es el director de ILVEM. Consultas en horaciokrell@ilvem.com.ar.
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