CAMBIAR POR ALGO
Cambiar por algo tiene una doble interpretación: un motivo para cambiar y tener algo para cambiar por lo que se desea obtener.
El valor de un individuo se mide mejor en situaciones límites, por ejemplo en un naufragio donde perdiera sus bienes. Sin poderes materiales, tendría que reconstruirse desde su mundo interno. Como el Ave Fénix dependería más que nunca de sí mismo. Mientras que el materialismo propone crecer acumulando cosas o espacios; crecer hacia adentro es además encontrar al genio interno con el cual se nace. El pensamiento es el piloto en este viaje hacia el autoconocimiento y el mediador en la acción estratégica de cambiar por algo.
El doble recorrido de lo interno a lo externo, de lo material a lo espiritual, implica la libertad de pensamiento, pero pensar por sí mismo requiere no estar premoldeado por la propaganda. Poseer una usina creadora propia permite compartir con los demás lo que uno es, sabe y tiene. El resultado es el incremento de la productividad y de la potencia, porque descubrir el original facilita la conversión del espíritu en materia.
Cambiar por algo (la permuta) fue un intento de solucionar el problema central de la economía: ¿cómo satisfacer las múltiples necesidades del hombre con recursos escasos?.
Cuando el comercio marítimo creció, se hizo complicado movilizar los bienes con la esperanza de hallar la contraparte. Entonces se inventó el dinero como común denominador de los precios y medio de pago que facilitó el intercambio. El trueque decayó por su defecto original: necesitaba juntar en simultáneo el deseo de dos partes de cambiar por algo.
El trueque moderno, floreció cuando la tecnología de la información creó sistemas dónde los trocadores se comunicaron fácilmente. Su teoría parte de una hipótesis: Si usted pudiera elegir, ¿pagaría con su dinero o con lo que vende?. La práctica se acelera cuando muchos comprenden que otros necesitan lo que tienen, hacen o les sobra y que sin dinero existe un mecanismo que les permite transar o cambiar por algo. Además, las fallas monetarias, la complejidad del tipo de cambio, el costo del dinero y la voracidad del sistema financiero – alejado de las necesidades del productor- facilitaron la expansión de la permuta.
Desde los 60 el éxito en EE.UU fue tal que en el 2000 se realizaron operaciones por 15.000 millones. La organización que regula el comercio internacional el IRTA -internacional reciprocal trade association- facilita transacciones en más de 40 países a 100.000 empresas.
En los niveles locales están las administradoras que utilizan redes, registros, consultores y ejecutivos para integrar a quienes prefieren pagar lo que consumen con sus productos.
El trueque desarrolla la inteligencia combinando el cálculo, la intuición y la estrategia. Es por eso que Albert Einstein dijo: "Si tuviese la opción en la vida, me convertiría en trocador de cosas. Esa sería una noble profesión".
La ecuación es sencilla, si la venta supera su costo y al poder cambiar por algo lo que antes se pagaba, hay un beneficio económico financiero que mejora la productividad, permite cobrar o pagar deudas, aumentar los salarios, evitar créditos, liquidar saldos, generar nuevos clientes y movilizar recursos ociosos.
El Paradigma de la justificación del trueque es el avión que parte con asientos vacíos, esa pérdida no se recupera jamás.
Hay temas diversos para investigar la aplicación social y económica del trueque como moneda social y como palanca de desarrollo económico. La reciente caída de los Clubes de trueque fue sólo el producto de tradicionales fallas sistémicas.
Crear trocadores es sencillo porque es un beneficio social compartido. ILVEM enseña la permuta como un ejercicio de la inteligencia. La mente es la más poderosa de las armas del hombre, y al utilizarla eficazmente se potencia su capacidad natural. Y al reunir el espíritu, la mente, el cuerpo, con las redes digitales se llega al trabajo en equipo. Saber permutar recursos por deseos satisfechos es la propuesta para esta época de crisis de valores. Se trata en el doble sentido de aprender a cambiar por algo.
* El autor, Dr. Horacio Krell, dirige a ILVEM. Consultas a horaciokrell@ilvem.com.
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