Inventar el futuro Doctor Horacio Krell (*) El cerebro animal nace completo. El del niño es una página en blanco. Sin la fuerza del elefante, sin nadar como el pez ni volar como el pájaro, necesitando a sus padres para sobrevivir; se convirtió pese a todo en el dominador del planeta. Su poder nació de la invención del lenguaje que le permitió compartir saberes, ideas y proyectos. Para Stephen Hawking, la principal función del cerebro es pronosticar y planificar. Pero el cerebro no desarrolla su potencial porque la educación lo abruma con información y no lo incentiva a descubrir al gigante dormido que habita en él.
Capas superpuestas. El sistema nervioso evolucionó por capas que recubren al cerebro reptiliano. El tronco cerebral que se parece al encéfalo del reptil controla instintos y funciones vitales. Los reptiles tienen un sistema programado y no aprenden de la experiencia. Con el mamífero surgió el parto, la protección de la cría, los afectos y la memoria. Un cerebro emocional se montó sobre el anterior. Finalmente llegó el neocortex, el cerebro intelectual. Una falla evolutiva determinó que el cerebro no parezca hecho para el hombre, como la garra del animal que se convirtió en mano. De ese error surgió el hombre quien debió armonizar instintos, emociones y pensamientos. El hombre es capaz de acciones altruistas o racionales y de conductas agresivas o destructoras. El desafío es aprender a sincronizarlas con fines nobles.
Dos cerebros en uno. Con la bipedestación, la mano reemplazó la función que cumplía la boca y el cerebro aumentó de tamaño. La cabeza se convirtió en el área intelectual y los ojos en su instrumento. Como resultado, el aspecto emocional se alojó como sensación en el abdomen y la mano se dedicó a ejecutar lo que la mente analizaba y decidía. Con la expansión de la lectura por la invención de la imprenta, se afianzó el hemisferio izquierdo mientras que el derecho –sentimental y creativo- disminuyó. Son dos cerebros en un mismo cuerpo que en ocasiones se complementan y en otras compiten.
Construimos el cerebro. La lectura –motor de la civilización y la cultura- es un producto de la mente. Los genes brindan los instintos, el alimento es la experiencia. La capacidad de leer no fue escogida por la selección natural para incorporarla a la herencia: el tallado del alfabeto fue la victoria de la mente y del espíritu sobre la materia. La lectura promovió el aprendizaje de segunda mano reflejado en la frase de Newton: "no soy un genio, estoy parado sobre la espalda de gigantes” El predominio del hemisferio izquierdo se reflejó en la preponderancia de la cultura de la lógica y de la planificación mientras que la imaginación y las emociones pasaron a segundo plano. Al trabajar con el cerebro partido, el rendimiento disminuyó.
Procesar las sensaciones. El hombre extravió la brújula emocional. Para Pascal “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Pero cuando el patrón emocional es consultado, se enriquece la percepción ya que la realidad está ahí pero lo que importa es la interpretación. La mente tiene la propiedad autosugestiva de transformar en acto todo que acepta. Por eso Ford dijo: “siempre tenemos razón: cuando pensamos que nos irá bien o que nos irá mal”.
Inventar el futuro. Este desafío tiene como estímulo el deseo. Pero si la autoestima es baja la anticipación es negativa y decimos “no podré”. La anticipación positiva suma inteligencia + optimismo. El futuro es el punto de llegada, el presente es información. Hay que tener cuidado con el pasado porque las cosas cambian y así nada fracasa tanto como el éxito. El futuro hay que conquistarlo con el propósito en la mente. Si el resultado no se logra hay que replantear los medios. Para alcanzarlo hay que vivir la tensión creativa entre el objetivo y la realidad. El desafío amplia el territorio de la acción pero hay que gestionar el desarrollo de la capacidad permanentemente.
Poder inteligente. Hay un puente que conecta los hemisferios, es el cuerpo calloso de fibras nerviosas. Para transitarlo con éxito, hay que superar la especialización a que conduce la educación enciclopedística. La imagen nos atrapa por su belleza y es el puente que vincula lo emocional y lo cognitivo. Por su carácter analógico evita la abstracción que provoca del concepto, su enfoque realista facilita un viaje de ida y vuelta. La saturación de imágenes en la vida cotidiana contrasta con el exceso de verbalismo en el aula. Así, este poder motorizador se desaprovecha. Einstein pensaba en imágenes; para descubrir la teoría de la relatividad se imaginó viajando en la punta del rayo de luz. Una vez dijo: “las palabras no influyen en mi pensamiento. Las entidades físicas que uso son imágenes que puedo reproducir y combinar. Las palabras las busco después, cuando el juego asociativo se afirma y puedo reproducirlo a voluntad”. Por esta dificultad de conceptualizar sin imágenes y de activar el pensamiento abstracto sin pensamiento visual, se explica su fracaso escolar. Por otra parte, la cita de Einstein demuestra que la imagen es una vía de acceso a la racionalidad. El físico Bohr dijo “el trabajo más importante de un científico es crear imágenes nuevas”, y Einstein “si no puedo dibujarlo, es que no lo entiendo” y “la imaginación es más importante que el conocimiento”. El poder inteligente surge de la alianza estratégica de los hemisferios cerebrales.
Disminuye la curiosidad. Algo que alarma hoy es la tendencia al pensamiento único y a la uniformidad. Hay desinterés por la búsqueda interna de la misión personal y en lo externo un conformismo con la mayoría, un intento de identificarse con los iguales y el temor a lo desconocido. Pero aprender es encontrarse con lo nuevo y anestesiando la curiosidad la creatividad se reduce a lo que ya se cree o se sabe. Para George Bernard Shaw “la verdadera alegría de vivir es ser utilizado para un propósito que reconocemos como importante”. Pero al hacerlo nos sentimos vulnerables y renunciamos para seguir con la agenda chica de nuestros intereses materiales. Sin buscar nuestro propio camino perderemos la oportunidad de inventar el futuro. El futuro no existe, debemos inventarlo con originalidad, cultivando nuestra esencia y la capacidad de conocer, comprender, crear y transformar. Así, aunque no conozcamos la dirección del viento, podremos preparar las velas.
(*) CEO de Ilvem, Contador Público y Licenciado en Administración de empresas (UBA). Contacto horaciokrell@ilvem.com |