Un mundo infeliz -que viene de antes- precipitó su caída con la crisis del 2008. Los contribuyentes debieron cargar en sus espaldas con el costo mientras que los culpables, los amos del mundo, se preparan para provocar el próximo cataclismo.
Creamos sociedades infelices donde cada uno ocupa el lugar en el cual no querría estar. China, Brasil, India, Indonesia, Sudáfrica amortiguaron la crisis ante la caída de EEUU y Europa y parecen convertirse en los centros neurálgicos del siglo XXI. Pero en su lucha contra la pobreza provocan los mismos problemas. La felicidad que deseamos no se mide por el ingreso sino por lo qué se hace con él. Cuando el dinero es un fin la felicidad es una utopía. El rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba y se murió de hambre. El materialismo económico se combate con políticas de estado. El presidente francés, Sarkozy, propone reformular la medición del crecimiento.
La religión de las cifras. Durante siglos se pensó que el crecimiento económico ganaría la batalla sobre la pobreza, sin embargo aumentó la desigualdad entre pobres y ricos. Según el informe del comité que integraron premios Nobel, el producto bruto interno (PBI), es obsoleto para medir la riqueza, el bienestar y la economía sustentable. Así el PBI crece en las catástrofes por los gastos en reconstrucción y no contabiliza su costo, expresa el valor de mercado pero no la salud social, no suma trabajo doméstico, voluntariado, esparcimiento, educación, salud y el nivel de seguridad.
Sarkozy sugiere un PNN, Producto Nacional Neto, que incluya el sistema de salud, las vacaciones y la jornada de 35 horas de Francia . EEUU es 1ro en PBI, pero en el Programa de Desarrollo Humano de la ONU, Islandia y Canad lo superan.
La polémica llegó al reino de Bután ubicado entre la India y China. Allí no se mide el PBI, sino la felicidad bruta interna. Las materias son esperanza de vida, bienestar económico y educación. No es una ecuación fácil. De pilares como economía, cultura, medio ambiente y buen gobierno hay que desglosar bienestar, ecología, salud, educación, cultura, nivel de vida, uso del tiempo, vitalidad social, gestión de gobierno y variables tan dispares como el valor de la oración o pensar en el suicidio.
La teoría de la copa desbordada. Se trata de reconciliarse con las estadísticas, de enfrentar la urgencia ecológica, y de brindar instrumentos al gobierno. La teoría reciente fue que la copa desbordada del vaso de los ricos se volcaría sobre la sociedad. Pero la ciencia y la tecnología subieron por el ascensor y el hombre por la escalera. Socializarse para desarrollar el potencial se contrapuso al individualismo, la insociable cualidad de doblegarse ante el deseo. La nueva cultura se opuso a la natura.
La Naturaleza tiende a autorrealizarse pero el hombre depredó sus bienes, violó el principio de no ir contra la Naturaleza que era su garante. Su insociable sociabilidad desarrolló su fuerza ante la pereza pero lo llevó a la ambición desmedida, al afán de dominio. Sin eso sería un animal doméstico que no habría llenado el vacío que dejó la creación a su destino racional. Ha llegado el momento de ajustar las acciones a una razón que ordene el debe el ser, considerando al hombre como un fin en sí mismo.
La sociedad de consumo. Para Erich Fromm la libertad de pensamiento tiene sentido para quien es capaz de elaborar pensamientos propios. Huxley en “Un tiempo feliz” anticipó al hombre que aceptaría ser esclavo a cambio de placer y entretenimiento.
La globalización aceleró tanto la destrucción como la toma de conciencia. El hombre antiguo se basaba en la tradición, rechazaba la novedad y abrazaba el hábito. El hombre moderno es teledirigido. La sociedad de consumo, desata sus pasiones contradictorias, la atracción por las estrellas mediáticas. Sin demasiado interés, elige gobernantes, necesita que le digan en quién creer, cómo educar a sus hijos. Con un radar capta las ondas, sigue las tendencias que otros le marcan. El hombre feliz, en cambio, es autodirigido, innovador, audaz. Genera ideas, inicia negocios, funda regímenes. No usa radar, tiene la brújula interna que lo ilumina, se siente creador de su propio futuro.
Avanzar despacio y llegar a tiempo. Hay que cambiar los paradigmas de tiempo es dinero, más es mejor y primero yo. Estrés, cerebro quemado, fatiga crónica y depresión resultan de la sobre estimulación y de la sobre agenda. Los cultores de la marcha lenta trabajan para vivir, no viven para trabajar, defienden la cultura local, la biodiversidad y el buen uso de la tecnología. La felicidad no es la estación a que se arriba sino el modo de viajar. Miles de japoneses se suicidan porque no soportan esa vida. La tecnología crea sistemas veloces que no puedan usarse, softwares complejos que exigen cambiar la PC todos los años. ¿Para qué tanto apuro? Lo ideal es trabajar por objetivos y no por horarios. Vivimos 700.000 horas, 70.000 las ocupamos trabajando. Concentrémonos las 630.000 restantes para ganar en felicidad y tranquilidad mental.
Educar la mente. Vivir a mil desconecta la conciencia, la tensión mata y la creatividad muere. Corremos como bomberos sin métodos facilitadores de la acción. Quien administra bien el tiempo construye desde su capacidad plena. Educado hacia la felicidad valoriza la lectura, integra cuerpo y cerebro, cocina una receta , relata cuentos a los hijos, pasa más tiempo con amigos, aprende a crear buenas ideas. En el film "Perfume de Mujer" el ciego invita a la chica a bailar, ella responde: “no puedo, mi novio llegará en minutos". Él contesta: “pero es que en un momento, se vive una vida" y bailan un tango. Es el momento crucial de la película. John Lennon dijo que: “la vida es aquello que nos pasa de largo mientras planeamos el futuro". La felicidad es una sabia propuesta para que la vida no se nos pase sin que la sepamos disfrutar.