Micro Nº 33
Ilvem enseña a educar bien la mente del niño ya que es en la infancia cuando creamos los hábitos que luego nos forman.
Juan tiene 2 años, ve un muñeco en un estante y sufre porque no puede alcanzarlo. En 1924 en la Universidad de Leipzig nacieron un mono y el hijo del doctor Brennan quien los educó juntos.
Hasta los 18 meses no tuvieron diferencias pero desde entonces el niño tomó impulso. El chimpancé emitía gritos de placer o dolor, pero no sabía emplearlos. Sólo conocía la señal, la reacción condicionada. El niño descubrió que tenía un arma poderosa: la palabra es el nombre del concepto, y la información, el de la situación.
Al dominarlos, se convierte en el amo del mundo. El niño se hace hombre experimentando. Si le preguntan “¿por qué no se bebe agua sin hervir?”, responde: “porque Juan la bebió y se enfermó”.
“¿Por qué flota la pelota?”
“Porque la tiré y flotaba”.
Ante un niño sin pelo, pregunta “¿es médico?”, por asociación con su doctor que era calvo. El niño analiza y sintetiza mientras hace, necesita tener los elementos a la vista, no puede planear.
Cuando ya es un hombre, los conceptos se transforman en los juguetes del Juancito.
Para alcanzar el muñeco Juan hace un rodeo: sustituye los datos por los conceptos de objeto, altura y solución, los organiza en una red y los combina: usar la escalera, subirse a la silla, bajarlo con un palo.
La clave del pasaje de niño al adulto es si en la escuela el maestro le plantea problemas que lo guíen y cuya solución deba perseguir para aprender a pensar con un fin determinado. Pensar es resolver problemas para darle flexibilidad y movilidad al pensamiento, para pensar por uno mismo, tomando conciencia de los actos para explicarlos y fundamentarlos. Por eso el niño es el padre del hombre. La sociedad es un reflejo de la educación.
Para aprender a educar a los niños y para reeducar a los hombres escribí a oportunidad@ilvem.com.ar o llamá al 48215411. |